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Eduardo (Guayo) Rojas, una visión personal

Cecilia Hidalgo

Era el mes de enero del verano de 1965.  Llegué a Montemar con mi flamante título de Bioquímica, invitada por Mario Luxoro a trabajar con Eduardo (Guayo) Rojas, a quien había conocido brevemente el año 1962, cuando dictó un par de clases en el curso de Biofísica que entonces impartía Mario Luxoro a los bioquímicos en cuarto año de la carrera. Guayo me propuso estudiar si las mitocondrias del axón gigante de la jibia chilena (Dosidicus gigas) proveían la energía necesaria para transportar el ion calcio hacia el medio extracelular, contra gradiente electroquímica.  Esa investigación fue mi primer contacto con el papel que juegan los niveles de calcio intracelular en células excitables, área de investigación en la que persevero hasta hoy, 55 años después. 

Trabajar con Guayo fue algo único. Y cuando digo único es porque fue una experiencia totalmente inédita para mí.  Nunca había conocido a alguien con tal dedicación y obsesión por su trabajo. Guayo era incansable y era muy difícil seguirle el paso.  Nada parecía imposible para él.  Traía desde NIH toda una enorme cantidad de equipo, que había que montar y usar al límite en los cuatro meses de verano en que teníamos acceso a las jibias.  Y luego había que desmontarlo todo, embalarlo y llevarlo de vuelta a Estados Unidos.  Por lo tanto no había fines de semana libres, y aunque resulte difícil creerlo, trabajábamos desde más o menos las 9:30 AM, cuando llegaba el bote con las jibias, hasta las 2 o 3 de la mañana, todos los días.  Felizmente Guayo tenía razón, pues logré demostrar que si inhibíamos farmacológicamente la función mitocondrial se detenía completamente la salida de calcio hacia el medio externo, lo que claramente implicaba a las mitocondrias como la fuente de energía metabólica que posibilitaba el transporte de calcio contra gradiente.  El trabajo que publicamos el año 1968 (Rojas E & Hidalgo C, Effect of temperature and metabolic inhibitors on 45Ca outflow from squid giant axons, BBA Biomembranes 163:550-556, 1968) sigue recibiendo algunas citas hasta el día de hoy. 

Y si bien no todo fue fácil, pues trabajar al ritmo que lo hacíamos era muy desgastador, también hubo tiempo para conversar en los almuerzos, que todos compartíamos, sobre ciencia, libros, política y la vida en general. Recuerdo haber asistido incluso a un par de convivencias con todo el grupo, que incluía a varios científicos extranjeros famosos como Ichigi Tasaki, Clay Armstrong, Bob Taylor y Gerry Ehrenstein, junto a los científicos chilenos Mario Luxoro, Guayo Rojas, Mitzy Canessa, Fernando Vargas y Sigmund Fischer. Ahí conocí otras facetas de Guayo, un hombre extremadamente generoso, cálido, alegre y a la vez muy exigente, y con quien tuve algunas discusiones acaloradas sobre el significado de algunos experimentos.  Tenía Guayo, además, una gran habilidad técnica y no había equipo que no lograra armar o reparar. Nos enseñó mucho a los tres estudiantes de doctorado que en ese tiempo trabajamos en Montemar, Ramón Latorre, Pancho Bezanilla y yo.

Para concluir, quiero destacar que Guayo, junto a Mario Luxoro, fueron pioneros en lograr un amplio reconocimiento internacional para la biofísica chilena y el estudio de las células excitables.  Por eso lamento que ambos ya no estén con nosotros, pues necesitamos su pasión y amor por la ciencia para poder convencer a nuestras autoridades que sin ciencia Chile no logrará avanzar a ser el país mejor y más equitativo que todos anhelamos.