Pedro Maldonado A
Un biólogo excepcional, un genio, un filósofo, un humanista, un visionario, pero ante todo un maestro. Un proverbio japonés reza “Mejor que mil días de estudio diligente es un día con un gran maestro”. Humberto Maturana nos deja un enorme legado no sólo por sus aportes fundamentales de la biología teórica, si no también, nos deja sus reflexiones sobre cómo relacionarnos en un mundo de interacciones personales cooperativas. Su más conocida contribución -la teoría de la autopoiesis- pudo definir por primera vez las características fundamentales de lo que constituye un ser vivo. Esta teoría elaborada en conjunto con Francisco Varela ha significado reflexionar sobre muchos sistemas distintos más allá de lo puramente biológico. Cabe destacar también su aporte a la biología evolutiva proponiendo junto a Jorge Mpodozis la idea de deriva natural. Al mismo tiempo, su propuesta sobre el conocer y la (objetividad) de la experiencia consciente produjo -a mi juicio- un impacto de largo alcance, no sólo por adelantarse a modelos actuales sobre cómo funciona nuestro sistema nervioso, en especial nuestro cerebro, sino también por las consecuencias que esta noción trae al mundo de las relaciones sociales y de las interacciones entre las personas, donde la aceptación del otro está en el centro de nuestra construcción social. Esta es, quizás, una de las consecuencias más profundas del trabajo del maestro.
La Sociedad Chilena de Neurociencia reconoció la labor de Maturana, nombrándolo Socio Emérito. Es difícil encontrar a miembros de nuestra comunidad que no hayan sido directamente o indirectamente influidos por sus enseñanzas y miradas.
El hecho de que los aportes de Humberto Maturana hayan sido principalmente conceptuales y teóricos, nos debiera provocar una reflexión sobre la manera en que realizamos y educamos para la ciencia en nuestro país. Con frecuencia pensamos que la ciencia de calidad y el impacto de ésta se halla en la sofisticación de nuestros instrumentos o de la infraestructura con que trabajamos. Con frecuencia nos comparamos con otros países que con sus enormes recursos levantan centros de investigación con los que se puede hacer una ciencia excepcional. Pero Humberto Maturana, junto con Francisco Varela, demostraron qué aportes fundamentales a la ciencia también se realizan desde el ámbito teórico y conceptual, y que quizás estos aportes tienen consecuencias profundas en la manera en como indagamos y proponemos nuevo conocimiento. La escuela científica que deja Humberto Maturana podría recoger este aspecto de la productividad científica y quizás debiéramos enfatizar mucho más nuestra práctica reflexiva en la formación de nuestros futuros científicos.
Y sí, Humberto Maturana fue un maestro porque las personas que tuvimos la oportunidad de trabajar con él sentimos que era una persona que acogía y se preocupaba por sus educandos. Si bien tenía una enorme pasión por sus ideas y su divulgación, también mostraba una preocupación a nivel personal que nos hacía sentir en un espacio muy sereno y acogedor. Se atribuye a Alejandro Magno esta frase que representa frecuentemente el sentir de quienes compartimos con él: “ Estoy en deuda con mi padre por vivir, pero con mi maestro por vivir bien.”