Gran divulgador de la ciencia, se hizo conocido por sus teorías sobre los agujeros negros y el origen del universo. Sobrevivió por más de 50 años con una enfermedad letal.
Quienes tomaron el examen oral con que Stephen Hawking se titularía en Oxford en 1962 sabían que el joven que tenían ante sí era más brillante que ellos mismos, y el dueño de esa inteligencia, que pronto le granjearía fama mundial más allá del circuito científico, tuvo sus últimas horas esta madrugada en su residencia en Cambridge, donde dejó de existir a los 76 años de edad.
“Traté de llevar una vida lo más normal posible, y no pensar en mi enfermedad o lamentar las cosas que me impide hacer, que no son tantas”, escribió una vez el hombre cuyas investigaciones debieron hacer frente, desde los 21 años, al diagnóstico de esclerosis lateral amiotrófica, una patología progresiva y considerada letal, a la que el autor de Una breve historia del tiempo (1988) sobrevivió en una silla cibernética, comunicando sus pensamientos a través de movimientos casi imperceptibles.
El deceso fue confirmado por sus hijos Lucy, Robert y Tim, quienes a través de un comunicado señalaron que el intelectual falleció en paz este miércoles. “Estamos profundamente tristes de que nuestro amado padre haya fallecido hoy”, afirmaron, recalcando que fue “un gran científico y un hombre extraordinario cuyo trabajo y legado perdurarán por muchos años”.
La teoría al debate
Siendo uno de los sucesores de Isaac Newton como profesor lucasiano de Matemáticas en la Universidad de Cambridge, Hawking estuvo involucrado en la búsqueda del gran objetivo de la física, una teoría unificada.
Dicha idea resolvería las contradicciones entre la Teoría General de la Relatividad de Einstein, que describe las leyes de gravedad que gobiernan el movimiento de los grandes objetos, como los planetas, y la Teoría de Mecánica Cuántica, que trata sobre el mundo de las partículas subatómicas.
Para Hawking, esa búsqueda fue casi como una misión religiosa y llegó a decir que encontrar una teoría del todole permitiría a la humanidad conocer la mente de Dios. Incansable polemista, planteó, al igual que su colega Carl Sagan, que la idea de una divinidad era innecesaria para explicar el mundo. “Una teoría unificada completa y consistente es solo el primer paso: nuestra meta es un entendimiento total de los eventos a nuestro alrededor, y de nuestra propia existencia”, escribió. Sin embargo, en sus últimos años insinuó que podría no existir una teoría unificada.
A Una breve historia del tiempole siguió una secuela mucho más cercana al gran público, como El universo en una cáscara de nuez (2001), en el que actualizó a los lectores en conceptos como la supergravedad y la posibilidad de un universo de 11 dimensiones.
“Su muerte ha dejado un vacío intelectual. Pero no es un vacío. Pensemos en eso como una especie de energía de vacío que impregna el tejido del espacio-tiempo que no se puede medir”, declaró esta madrugada el conocido astrofísico estadounidense Neil Degrasse.